jueves, 2 de febrero de 2017

¿Por qué no?

Aún no quiero volver a Colombia pero me encantan las calles solitarias de Buenos Aires en los días grises... porque huele a Bogotá.

Ayer me compré una agenda porque en un par de meses voy a Bolivia a filmar mi primer documental y no me alcanzan las horas para seguir siendo una trabajadora feliz, la dueña temporal de mi perro, una amiga con tiempo para salir a relajar y a la vez llevar a la realidad mis proyectos. Por fuera la agenda parece una biblia, seguramente nadie lo note pero yo, que desde hace un tiempo veo los hilos de la religión en todo lo que hacemos (e hiperventilo), no puedo dejar de pensarlo. 
Recorrí 14 kilómetros en bicicleta buscando una que satisficiera mi mística. Hojas amarillas, forma compacta, gramaje perfecto. Mientras andaba vi una monja con bigote, la religión marcando los estándares de belleza, al tiempo escuchaba a Facundo Cabral recitar varias frases de su madre. La religión moldeando la crianza. Conté 7 iglesias en mi recorrido, 5 católicas, 1 evangélica y 1 de los testigos de Jehová. La religión tiene casas, dinero para comprarlas y embellecerlas. Están ahí ¿alguien más las ve?

Me distraigo buscando canciones y se me quedan los textos a medias, me cuesta decidir qué prefiero, música o cine, pero hace mil años no canto y nunca aproveché las clases de piano. Me fuerzo. 
Escribo mejor con música instrumental porque si hay letras paro de escribir para anotar por ahí los fragmentos que me atrapan.

Vuelvo a este texto.
Me encantan las exposiciones de arte, el momento perfecto en que el sentido del cuadro o la fotografía se completa al leer su título. Debería existir un trabajo que se llame titulador de obras y… deberían contratarme.

Me encanta cocinar desde que tengo uso de razón aunque no me había dado cuenta. Es mi forma de entregar cariño y creo que no hay conexión más íntima entre los humanos que compartir la comida que hemos preparado con nuestras manos. Ese será el tema de mi segundo documental. También sé de qué va a tratar el tercero... y me siento poderosa, por minutos, sé que voy a lograrlo, luego me da ansiedad, dudo, me dan ganas de dormirme y no despertar en días. Me como un paquete entero de nachos, me encantan. Luego recuerdo que subí de peso en estos meses y se me pasa. ¡Ja! Respiro, sé que todo va a estar bien pero, ¿por dónde empezar?.

Llevo días sabiendo que tengo que escribir esta nota, pero encontré mil cosas que hacer antes, tal vez por miedo. La pregunta invisible siempre es, ¿a quién le importa? ¿Quién va a leerme y quién va a ver mi película?

Miro el teléfono cada 30 segundos para escaparme otra vez. Me obligo a no buscar nuevas canciones. Ahora controlo mis vicios. Recuerdo perfecto la cantidad de años que pasé autoimponiéndome rutinas para trabajar en mis proyectos personales, eso nos pasa a todos a los que se nos ocurrió estudiar una profesión para la que no hay categorías de trabajo en Computrabajo ni Zonajobs. Ni en mi cabeza. Siempre que me preguntan qué estudié contesto distinto. Y para ser honesta, hasta hace un par de años me daba vergüenza extrema enfrentarme a ese sencillo cuestionamiento. El interlocutor ni lo registraba, por supuesto, casi siempre eran operadores de banco, recepcionistas de centros médicos o administrativos de la oficina de miigraciones. Ellos seguían tecleando, pasaban a la siguiente pregunta burocrática como si nada, mientras a mí se me desprendían 778 dudas existenciales. ¿Profesión? ¿quién soy? ¿para qué estoy? ¿qué voy a hacer? ¿se puede vivir de escribir? ¿quién me va leer? y al final siempre la misma pregunta. ¿A quién le importa el cine? ¿Para qué el arte?

Estudié cine en Colombia. No sé exactamente porqué -me fui a cambiar la canción pero prometí no distraerme demasiado- la verdad no era cinéfila, las únicas películas que consumía eran las hollywoodenses que veía con mi hermano. Días de maratón sin bañarnos, helado y Chocorramo. Me gustaba la fotografía pero en el 2006 cuando arranqué la universidad nunca había tomado una foto, ni siquiera tenía celular con cámara. Lo único que sabía es que quería estudiar algo relacionado con arte.

Pasé todo el 2004, mi penúltimo año de colegio, yendo todos los días a un cyber –café internet- a googlear las opciones que habían en todas las universidades del país. Mi mamá no tenía un peso para pagarme ninguna carrera pero igual me alentó a buscar sin limitarme, yo afortunadamente inconsciente de la realidad económica del hostil sistema neoliberal de mi país, le hice caso y escogí sin ningún tipo de censura.

Me llamaron la atención dos, artes plásticas y medios audiovisuales. La primera resultó demasiado manual para mi gusto, ahora que lo pienso en realidad el principal problema es que era demasiado concreta. El programa estaba pensando para gente que la tenía clara, gente que ya sabía que tallar, pintar y dibujar era lo suyo. La segunda me dejaba seguir indecisa y camuflarlo debajo de los 2 primeros años de exploración en 5 artes audiovisuales. Recién en el tercer año tendría que decidirme por alguno de los énfasis. Así que fui por medios audiovisuales.

Me da risa pensar que pasaba la mayoría de las clases escuchando con cara de entender todo porque yo, a pesar de haber nacido en LA capitaaaal Colombiana, pasé toda la adolescencia en Valledupar, un pueblito de la costa norte de mi país en que la única forma de arte que yo creía que les interesaba era el vallenato. (Mi prejuicioso cerebro adolescente no concebía que el vallenato fuera arte). Así que me sentía ignorante todo el tiempo y me faltaba una mezcla de humildad y seguridad para  hacer todas las preguntas que se me pasaban por la cabeza.

Yo nunca había visto un cuadro de Van Gogh, a Dalí lo había escuchado de nombre y por supuesto no tenía ni idea de quien era Friedrich pero la primera vez que vi su Caminante sobre el mar de nubes, sentí que había pintado mi emoción ante la vida 188 años atrás. (Otra vez el nombre de los cuadros. ¿No es FASCINANTE?)

Si no tenía ni idea de pintura, que es más snobistamente correcto “guiño guiño”, mucho menos tenía idea de quién era David Lynch. En una clase fingí impresionarme con Mullholland Drive y me sentí una mierda creyendo que yo era la única que no había entendido la película. Lo único que sabía de Chaplin era que se vestía increíble y caminaba chistoso.

Y en literatura… me obsesionaban los libros desde los 4 años. Mi mamá me llevaba a la biblioteca del barrio (GRACIAS) y me perdía por horas entre las hojas de Chigüiro. Conocí a Mafalda cuando encontré en la biblioteca de mis abuelos una edición vieja que mi papá leía en su juventud. Todavía recuerdo el olor y sigo fascinada con ese color de hojas. Luego encontré la colección de las aventuras de Naricita en la biblioteca de mis otros abuelos, los libros de la infancia de mi mamá. Nunca volví a escuchar de esos libros hasta que hace unos meses descubrí en una clase de portugués que Naricita es de un autor brasilero y después de 20 años buscándolo, en un par de días voy a tener un ejemplar traído desde Brasil. De más “grande” sólo había leído casi todas las colecciones de Torre de Papel y Zona Libre, y a Paulo Coelho, -😂😂😂- pero ante el bagaje literario de uno de mis compañeros más cultos de clase, no paré de asentir como si hubiera leído todos los libros de Dostoievsky, Saramago, Cortazar (con quien nunca me he conectado, excepto por sus cuentos) y Hemingway (a quien sigo sin leer).

En esa época me daba vergüenza no saber, o saber de lo popular. Ahora no me importa nada. Preguntar es una de las cosas que más disfruto en el mundo y aprendí que aunque tengo mis propias preferencias, lo popular también nos construye, lo popular hace nuestra cultura, y un creador maduro, independiente de su arte, sabe apreciarlo.

Estoy obsesionada con los espejos. Los espejos humanos y los espejos del arte. El 27 de noviembre de 2010 escribí: “me alegra saber que siempre hay algo mío de ellos, algo de ellos mío... Una canción al otro lado del mundo… un poema ajeno que le pone nombre a mis emociones. Mis palabras en otros” 
Lo cerca que me siento de Tony Kaye...

Terminé mi carrera en el 2009, tuve el privilegio de empezar a trabajar antes de graduarme. Regresé al pueblito de la costa, el que años atrás me despertaba vergüenza, resulta que haber vivido en ese pueblo me hizo ser la indicada para un proyecto documental. Creía que iba a ser el trabajo de mi vida, que había pegado el golpe de suerte al ser contactada por una realizadora alemana a través de mis profesores de la universidad. El proyecto resultó en nada y nunca me sentí tan confundida como en el año completo del proceso de investigación, nunca encontré el relato, tal vez porque no era mío, tal vez porque las historias me desbordaban… pero me reconcilié con mis raíces. Ya no me da vergüenza el vallenato, de hecho creo que es nuestro blues latinoamericano.

Regresé a Bogotá y empecé a buscar trabajo con la inocencia de un ser de 18 años y el poder de no tenerle miedo al fracaso. La ingenuidad poderosa. Hice mi curriculum, sin experiencia, y caminé con una de mis amigas de la universidad tocando puertas de productoras –literalmente- ¿Para hacer qué? No tenía ni idea. Pero algo.
La estrategia no funcionó así que probé escribiendo a mis profesores de la facultad. Una de las personas que más me enseñó en la academia y, a lo lejos, en la vida, confió en mí y me recomendó para hacer asistencia de arte en comerciales de televisión. Me sentí poderosa. Decidí mudarme con una de mis amigas, pero el sistema absorbente del cine publicitario no me daba tiempo para vivir. Me abrumé. Me dio miedo que el cine fuera negocio. ¿A quién le importa el arte? Nadie paga por el arte. Me escapé y nunca lo hablé con mi profesor. Llevo años planeando escribir un mensaje de disculpas y nunca pude concretarlo, este párrafo es mi manera de hacerlo.

Dejé todo en Bogotá. Regresé a casa de mi mamá. Intenté irme del país. Me negaron dos veces la visa.
(Si hay alguien del otro lado aun leyendo, tienes que saber que me salté este párrafo. Lo dejé para el final, tal vez porque me siguen faltando las palabras para contar este punto de la historia)
Ahora lo veo. Esos fueron años de búsqueda, aunque la estructura religiosa que tenía tomado mi cerebro me inhibía de preguntar. Me daba miedo la frustración, la bajada de línea decía que la vida es blanco y negro, que hay bien y mal, que hay exitosos y fracasados, santos y pecadores. Eso sumado a la hostilidad del sistema económico colombiano ¿a quién se le ocurre obligar a una persona a saber qué rayos quiere hacer de su vida cuando termina el colegio a los 16 años? Que alguien proteja nuestras mentes de creer que si no terminamos la universidad rápido e ingresamos al sistema de trabajo, perderemos.

(Espacio para desear: Que alguien nos regale libros, que viajemos a otro país, que entendamos que al estado no hay que temerle, que el estado tiene responsabilidades para con nosotros los ciudadanos)

Tenía 19 años, un título de una carrera universitaria en la mano y me sentía fracasada. Absolutamente frustrada. Así que dejé de intentar por ese lado y busqué que el éxito apareciera en mi vida desde lo emocional. No tan consciente ¡je! Pero eso hice. La meta era formar familia y no fracasar en el intento. A los 20 años conocí a un chico y 7 meses después nos casamos sin amor, por protocolo y normativas invisibles incrustadas en el cerebro de ambos. Ahora lo entiendo.

Decidimos irnos de Colombia así que buscamos trabajo en lo que fuera para ahorrar, yo no tenía expectativas pero gracias a esos encuentros mágicos de la vida, una de mis mejores amigas me avisó de una oferta en la Escuela Nacional de Cine. Era un trabajo de temporada, encajaba perfecto con mi fecha de viaje. Había que ser secretaria administrativa para la producción de un seminario de guión. En la entrevista me preguntaron qué sabía de Mckee y no tenía ni idea -estaba desilusionada y desactualizada pero no es excusa, nunca vayan a una entrevista sin leer sobre el trabajo 😬Luego me preguntaron por qué quería ser administrativa si había estudiado realización audiovisual. Creo que esa fue la primera vez que sentí la vergüenza que me da cuando me preguntan mi profesión. Qué podía responder. ¿Que no sabía? ¿Que quería una oportunidad para ahorrar dinero e irme del país o que me sentía incapaz de realizar cine pero a la vez buscaba maneras de no dejarlo del todo? Encontré palabras decentes y dije que no me sentiría “empleada administrativa” porque estaba contribuyendo a la academia del cine. Los convencí y al mismo tiempo me convencí a mí misma. Me sentí infinitamente agradecida por la oportunidad y cada cierta cantidad de años intento hacérselos saber, aunque últimamente me he olvidado. Este párrafo es mi forma de volver a hacerlo.

Logramos mudarnos a Argentina, especialmente gracias al apoyo económico de la familia de él. La idea era encontrar un país donde pudiéramos ser independientes y seguir estudiando. Probablemente en Colombia el salario mínimo + la vida económica de una pareja joven independiente + la idea dea hacer una maestría, no son muy compatibles. Decidí estudiar guión, el único punto del cine que encajaba con el nuevo estilo de vida que había comprado. En mi cerebro rígido una esposa no podía irse de rodaje por varios meses pero si podría escribir desde casa mientras mantenía todo listo para el servicio del esposo. -Nadie me incrustó ese pensamiento, yo no soy una víctima. Creo que ningún adulto lo es. Somos un cúmulo de historias, momentos y… procesos… tiempos.

Luchaba estableciéndome rutinas que me motivaran a crear pero en el fondo todo el tiempo sentía que estaba viviendo la vida de alguien más. Sólo que no sabía cuál era mi vida, cuál era la vida que quería tener y de cualquier manera no servía saberlo porque en ese momento pensaba que igual no iba a alcanzarla.
Intentos. Miles.
Hasta que “fracasé” otra vez. (Pero a partir de esto aprendí a poner las comillas donde corresponden)
Me separé oponiéndome al mandato de mi exreligión.
4 años de relación insana. Violencia en todos los aspectos y me cerebro alienado tranzando con lo inaceptable.

Llevo 5 hojas de este texto escritas sin parar pero llego a este punto y se me atoran las palabras. Tal vez antes habría simplemente parado aquí. Cerrar el archivo y apagar el computador. No hacer este proyecto. Antes no sabía que la vida ¿es? ¿Un proceso? Que el fracaso es un pensamiento y que todas, absolutamente todas las cosas nos suman. Antes no podía convivir con la idea de lo incompleto. Ahora sé que soy compleja y amo todas mis contradicciones. Todavía no sé del todo lo que significa haber salido de una relación de violencia, pero tengo claro que no soy la víctima de nadie, que no conviví con un tirano sino con otro ser humano imperfecto como yo y que: Soy dueña de mi vida.

Hace 2 años trabajo en una empresa increíble haciendo marketing y comunicación. La Kata de antes se sentiría avergonzada por no estar escribiendo exactamente el tipo de contenidos que sueño con escribir. La Kata de ahora se siente COMPLETAMENTE agradecida. 

Hacer este documental conjuga todos mis saberes. Nada me ha resultado tan útil y valioso para crear la forma de atraer miradas hacia este proyecto, como la experiencia acumulada en estos años en mi trabajo. Eso desde lo laboral, únicamente, sumado a que en la oficina encontré a mi familia elegida. No habría podido aprender todo lo que he aprendido, superar todo lo que he superado, sino tuviera el privilegio de conocer a varias de las personas maravillosas con las que convivo 8 horas diarias. Este párrafo es mi forma de decirles que estoy “de pie por amor”, por su amor.

Desde mi visión del mundo, la suerte no existe, el pensamiento mágico religioso tampoco. La providencia si, cuando te comprometes con tu visión.

Me encanta el mate. Odio el café pero decidí darle una oportunidad hace un par de semanas.  Estoy obsesionada con las historias. A veces me aburren las ficciones, pero me encanta el documental como herramienta de transformación social. Mis amigas saben que me hace feliz estar en cualquier tipo de recinto que contenga humanos, aprovecho todos los momentos para espiar o inventar las historias de los demás. Mis amigos realizadores saben que compartimos la misma enfermedad, mientras algunos transitan la vida relajados nosotros vivimos en una realidad paralela llena de relatos y atmósferas. Necesito luz especial para escoger a qué restaurante entrar, a veces caigo en la trampa de definir a las personas por los objetos con que adornan sus vidas, sus escritorios, sus casas. Me encanta escuchar a otros conversar porque siento que la elección de una palabra u otra deja ver su estructura de pensamiento. Me obsesionan los idiomas porque son una representación de la cultura. Me gusta viajar sólo para observar las diferencias, las similitudes. Ya no tengo que obligarme a crear rutinas creativas para avanzar, estos días duermo por obligación, me tropiezo más que de costumbre (siempre he sido torpe) porque tengo el cerebro bombardeando ideas y ayer, cuando compré la agenda, me alegré sabiendo que no fue un ritual (tengo una colección de agendas de años anteriores vacías).
En las iglesias a las que fui vendían discursos sobre como inyectarle pasión a tu vida, sumado a la temática eterna del camino del desierto en que el señor nos sostendrá. Antes me la pasaba tratando de convencer a los demás para que creyeran eso mismo, los humanos del camino eran elementos para convertir.
Que agotador.
Ahora me siento ligera. Los humanos del camino son personas, riquísimas, a las que muero por escuchar sin corregir. Tal vez “la pasión” llega como resultado del tiempo, de las preguntas que no tememos hacer-NOS y de la paciencia que empezamos a cultivar-NOS.

La verdad sigo sin saber qué estoy haciendo, pero creo que es importante.
Empecé a escribir este texto porque hace unas horas leí las palabras de una chica viajera. Iba en el colectivo y después de leer varias de las entradas de su blog me puse a llorar y todavía no sé porqué.
Después de leer sus letras sentí que tenía que seguir su fórmula pero, por suerte, me asustó forzarme a vivir la vida de otro (otra vez). 

La verdad tengo pavor. Me da miedo la técnica. A veces pienso que me va a quedar grande manejar la luz y que voy a hacer una película mal expuesta. Me sigue dando vergüenza quedarme por fuera de las conversaciones cuando la gente sabe más que yo.
Pero.
Ya no temo preguntar.
Tal vez en eso me parezco a Lina. “No quiero vivir llenando las expectativas de nadie”. Me sigue dando miedo cuando pienso ¿quién va a ver mi película? ¿habrá llegado alguien al final de este texto? ¿por qué es importante el arte? ¿puede cambiar nuestra mirada el cine?

Pero.
“Hagamos cosas maravillosas que no le importen a nadie”.

Me voy a Bolivia a hacer un documental. 

Y tú puedes ayudarme. Entérate cómo aquí: