Mientras estoy esperando en la fila para hacer el check in, no puedo dejar de pensar en la cantidad de cosas que acumulamos. Cientos y cientos de maletas llenas de cientos y cientos de cosas que compramos... ¿para qué? ¿a dónde las llevamos?
Nos vemos tan incómodos, tan ridículos y a la vez tan frágiles... transportando la identidad en pedacitos de objetos que nos pegamos en el cuerpo.
Cuando me canso de mirar las cosas, porque me encandila una maleta de "Simones" llena de perros psicodélicos, me pongo a buscar en la fila rostros de viajeros "liberados".
¿Habrá alguien que piense como yo?
Pienso en lo ilógico que es buscar complicidad de ideas basándome en el tipo de maleta que llevan las personas. Mis prejuicios me dicen que los que llevan poco peso, pocos adornos, son "tan profundos como yo".
Me río de mi misma, de mi superioridad vana.
Y luego, luego me quedo pensando que tal vez busco miradas de complicidad porque viajar solo es eso, viajar con todos. Salir al mundo con el millón de desconocidos que voy a cruzarme en el camino.
Esa magia temporaria.