Aún no
quiero volver a Colombia pero me encantan las calles solitarias de Buenos Aires
en los días grises... porque huele a Bogotá.
Ayer me compré una agenda porque en un par de meses voy a Bolivia a filmar mi
primer documental y no me alcanzan las horas para seguir siendo una trabajadora
feliz, la dueña temporal de mi perro, una amiga con tiempo para salir a relajar y a
la vez llevar a la realidad mis proyectos. Por fuera la agenda parece una biblia, seguramente nadie lo note pero yo, que desde hace un tiempo veo los
hilos de la religión en todo lo que hacemos (e hiperventilo), no puedo dejar de pensarlo.
Recorrí 14 kilómetros en bicicleta buscando una que satisficiera mi mística. Hojas amarillas, forma compacta, gramaje perfecto. Mientras andaba vi una monja con bigote, la religión marcando los estándares de belleza, al tiempo escuchaba a Facundo Cabral recitar varias frases de su madre. La religión moldeando la crianza. Conté 7 iglesias en mi recorrido, 5 católicas, 1 evangélica y 1 de los testigos de Jehová. La religión tiene casas, dinero para comprarlas y embellecerlas. Están ahí ¿alguien más las ve?
Recorrí 14 kilómetros en bicicleta buscando una que satisficiera mi mística. Hojas amarillas, forma compacta, gramaje perfecto. Mientras andaba vi una monja con bigote, la religión marcando los estándares de belleza, al tiempo escuchaba a Facundo Cabral recitar varias frases de su madre. La religión moldeando la crianza. Conté 7 iglesias en mi recorrido, 5 católicas, 1 evangélica y 1 de los testigos de Jehová. La religión tiene casas, dinero para comprarlas y embellecerlas. Están ahí ¿alguien más las ve?
Me
distraigo buscando canciones y se me quedan los textos a medias, me cuesta decidir
qué prefiero, música o cine, pero hace mil años no canto y nunca aproveché las clases de
piano. Me fuerzo.
Escribo mejor con música instrumental porque si hay letras paro de escribir para anotar por ahí los fragmentos que me atrapan.
Escribo mejor con música instrumental porque si hay letras paro de escribir para anotar por ahí los fragmentos que me atrapan.
Vuelvo
a este texto.
Me
encantan las exposiciones de arte, el momento perfecto en que el sentido del
cuadro o la fotografía se completa al leer su título. Debería existir un trabajo
que se llame titulador de obras y… deberían contratarme.
Me
encanta cocinar desde que tengo uso de razón aunque no me había dado cuenta. Es
mi forma de entregar cariño y creo que no hay conexión más íntima entre los
humanos que compartir la comida que hemos preparado con nuestras manos. Ese será
el tema de mi segundo documental. También sé de qué va a tratar el
tercero... y me siento poderosa, por minutos, sé que voy a lograrlo, luego me da
ansiedad, dudo, me dan ganas de dormirme y no despertar en días. Me como un
paquete entero de nachos, me encantan. Luego recuerdo que subí de
peso en estos meses y se me pasa. ¡Ja! Respiro, sé que todo va a estar bien pero, ¿por dónde
empezar?.
Llevo
días sabiendo que tengo que escribir esta nota, pero encontré mil cosas que
hacer antes, tal vez por miedo. La pregunta invisible siempre es, ¿a quién le
importa? ¿Quién va a leerme y quién va a ver mi película?
Miro
el teléfono cada 30 segundos para escaparme otra vez. Me obligo a no buscar
nuevas canciones. Ahora controlo mis vicios. Recuerdo perfecto la cantidad de
años que pasé autoimponiéndome rutinas para trabajar en mis proyectos
personales, eso nos pasa a todos a los que se nos ocurrió estudiar una profesión
para la que no hay categorías de trabajo en Computrabajo ni Zonajobs. Ni en mi cabeza. Siempre que me
preguntan qué estudié contesto distinto. Y para ser honesta, hasta hace un par
de años me daba vergüenza extrema enfrentarme a ese sencillo cuestionamiento. El interlocutor
ni lo registraba, por supuesto, casi siempre eran operadores de banco, recepcionistas
de centros médicos o administrativos de la oficina de miigraciones. Ellos
seguían tecleando, pasaban a la siguiente pregunta burocrática como si nada, mientras a mí se me desprendían 778 dudas existenciales. ¿Profesión? ¿quién soy? ¿para qué estoy? ¿qué voy a hacer? ¿se puede vivir de escribir? ¿quién me va leer? y al final siempre la misma pregunta. ¿A quién le importa el
cine? ¿Para qué el arte?
Estudié
cine en Colombia. No sé exactamente porqué -me fui a cambiar la canción pero
prometí no distraerme demasiado- la verdad no era cinéfila, las
únicas películas que consumía eran las hollywoodenses que veía con mi hermano.
Días de maratón sin bañarnos, helado y Chocorramo. Me gustaba la fotografía
pero en el 2006 cuando arranqué la universidad nunca había tomado una foto, ni
siquiera tenía celular con cámara. Lo único que sabía es que quería estudiar
algo relacionado con arte.
Pasé
todo el 2004, mi penúltimo año de colegio, yendo todos los días a un cyber
–café internet- a googlear las opciones que habían en todas las
universidades del país. Mi mamá no tenía un peso para pagarme ninguna carrera pero igual me alentó a buscar sin limitarme, yo afortunadamente
inconsciente de la realidad económica del hostil sistema neoliberal de mi país,
le hice caso y escogí sin ningún tipo de censura.
Me
llamaron la atención dos, artes plásticas y medios audiovisuales. La primera
resultó demasiado manual para mi gusto, ahora que lo pienso en realidad el
principal problema es que era demasiado concreta. El programa estaba pensando
para gente que la tenía clara, gente que ya sabía que tallar, pintar y dibujar
era lo suyo. La segunda me dejaba seguir indecisa y camuflarlo debajo de los 2
primeros años de exploración en 5 artes audiovisuales. Recién en el tercer año
tendría que decidirme por alguno de los énfasis. Así que fui por medios
audiovisuales.
Me
da risa pensar que pasaba la mayoría de las clases escuchando con cara de
entender todo porque yo, a pesar de haber nacido en LA capitaaaal Colombiana,
pasé toda la adolescencia en Valledupar, un pueblito de la costa norte de mi
país en que la única forma de arte que yo creía que les interesaba era el
vallenato. (Mi prejuicioso cerebro adolescente no concebía que el vallenato
fuera arte). Así que me sentía ignorante todo el tiempo y me faltaba una mezcla
de humildad y seguridad para hacer todas
las preguntas que se me pasaban por la cabeza.
Yo
nunca había visto un cuadro de Van Gogh, a Dalí lo había escuchado de nombre y
por supuesto no tenía ni idea de quien era Friedrich pero la primera vez que vi
su Caminante sobre el mar de nubes,
sentí que había pintado mi emoción ante la vida 188 años atrás. (Otra vez el
nombre de los cuadros. ¿No es FASCINANTE?)
Si
no tenía ni idea de pintura, que es más snobistamente correcto “guiño guiño”,
mucho menos tenía idea de quién era David Lynch. En una clase fingí
impresionarme con Mullholland Drive y me sentí una mierda creyendo que yo era
la única que no había entendido la película. Lo único que sabía de Chaplin era
que se vestía increíble y caminaba chistoso.
Y
en literatura… me obsesionaban los libros desde los 4 años. Mi mamá me llevaba
a la biblioteca del barrio (GRACIAS) y me perdía por horas entre las hojas de
Chigüiro. Conocí a Mafalda cuando encontré en la biblioteca de mis abuelos una
edición vieja que mi papá leía en su juventud. Todavía recuerdo el olor y sigo
fascinada con ese color de hojas. Luego encontré la colección de las aventuras
de Naricita en la biblioteca de mis otros abuelos, los libros de la infancia de
mi mamá. Nunca volví a escuchar de esos libros hasta que hace unos meses
descubrí en una clase de portugués que Naricita es de un autor brasilero y
después de 20 años buscándolo, en un par de días voy a tener un ejemplar traído
desde Brasil. De más “grande” sólo había
leído casi todas las colecciones de Torre de Papel y Zona Libre, y a Paulo Coelho,
-😂😂😂- pero ante el bagaje literario de uno de mis compañeros más
cultos de clase, no paré de asentir como si hubiera leído todos los libros de
Dostoievsky, Saramago, Cortazar (con quien nunca me he conectado,
excepto por sus cuentos) y Hemingway (a quien sigo sin leer).
En
esa época me daba vergüenza no saber, o saber de lo popular. Ahora no me
importa nada. Preguntar es una de las cosas que más disfruto en el mundo y
aprendí que aunque tengo mis propias preferencias, lo popular también nos
construye, lo popular hace nuestra cultura, y un creador maduro, independiente
de su arte, sabe apreciarlo.
Estoy
obsesionada con los espejos. Los espejos humanos y los espejos del arte. El
27 de noviembre de 2010 escribí: “me alegra saber que siempre hay algo mío de ellos, algo de ellos
mío... Una canción al otro lado del mundo… un poema ajeno que le pone
nombre a mis emociones. Mis palabras en otros”
Lo
cerca que me siento de Tony Kaye...
Terminé
mi carrera en el 2009, tuve el privilegio de empezar a trabajar antes de
graduarme. Regresé al pueblito de la costa, el que años atrás me despertaba
vergüenza, resulta que haber vivido en ese pueblo me hizo ser la indicada para un
proyecto documental. Creía que iba a ser el trabajo de mi vida, que había
pegado el golpe de suerte al ser contactada por una realizadora alemana a
través de mis profesores de la universidad. El proyecto resultó en nada y nunca
me sentí tan confundida como en el año completo del proceso de investigación,
nunca encontré el relato, tal vez porque no era mío, tal vez porque las
historias me desbordaban… pero me reconcilié con mis raíces. Ya no me da
vergüenza el vallenato, de hecho creo que es nuestro blues latinoamericano.
Regresé
a Bogotá y empecé a buscar trabajo con la inocencia de un ser de 18 años y el
poder de no tenerle miedo al fracaso. La ingenuidad poderosa. Hice mi
curriculum, sin experiencia, y caminé con una de mis amigas de la universidad
tocando puertas de productoras –literalmente- ¿Para hacer qué? No tenía ni
idea. Pero algo.
La
estrategia no funcionó así que probé escribiendo a mis profesores de la
facultad. Una de las personas que más me enseñó en la academia y, a lo lejos,
en la vida, confió en mí y me recomendó para hacer asistencia de arte en
comerciales de televisión. Me sentí poderosa. Decidí mudarme con una de mis
amigas, pero el sistema absorbente del cine publicitario no me daba tiempo para
vivir. Me abrumé. Me dio miedo que el cine fuera negocio. ¿A quién le importa
el arte? Nadie paga por el arte. Me escapé y nunca lo hablé con mi profesor.
Llevo años planeando escribir un mensaje de disculpas y nunca pude concretarlo,
este párrafo es mi manera de hacerlo.
Dejé
todo en Bogotá. Regresé a casa de mi mamá. Intenté irme del país. Me negaron
dos veces la visa.
(Si
hay alguien del otro lado aun leyendo, tienes que saber que me salté este
párrafo. Lo dejé para el final, tal vez porque me siguen faltando las palabras
para contar este punto de la historia)
Ahora
lo veo. Esos fueron años de búsqueda, aunque la estructura religiosa que tenía
tomado mi cerebro me inhibía de preguntar. Me daba miedo la frustración, la
bajada de línea decía que la vida es blanco y negro, que hay bien y mal, que
hay exitosos y fracasados, santos y pecadores. Eso sumado a la hostilidad del
sistema económico colombiano ¿a quién se le ocurre obligar a una persona a
saber qué rayos quiere hacer de su vida cuando termina el colegio a los 16
años? Que alguien proteja nuestras mentes de creer que si no terminamos la
universidad rápido e ingresamos al sistema de trabajo, perderemos.
(Espacio
para desear: Que alguien nos regale libros, que viajemos a otro país, que
entendamos que al estado no hay que temerle, que el estado tiene
responsabilidades para con nosotros los ciudadanos)
Tenía
19 años, un título de una carrera universitaria en la mano y me sentía fracasada.
Absolutamente frustrada. Así que dejé de intentar por ese lado y busqué que el
éxito apareciera en mi vida desde lo emocional. No tan consciente ¡je! Pero eso
hice. La meta era formar familia y no fracasar en el intento. A los 20 años
conocí a un chico y 7 meses después nos casamos sin amor, por protocolo y
normativas invisibles incrustadas en el cerebro de ambos. Ahora lo entiendo.
Decidimos
irnos de Colombia así que buscamos trabajo en lo que fuera para ahorrar, yo no
tenía expectativas pero gracias a esos encuentros mágicos de la vida, una de
mis mejores amigas me avisó de una oferta en la Escuela Nacional de Cine. Era
un trabajo de temporada, encajaba perfecto con mi fecha de viaje. Había que ser
secretaria administrativa para la producción de un seminario de guión. En la
entrevista me preguntaron qué sabía de Mckee y no tenía ni idea -estaba
desilusionada y desactualizada pero no es excusa, nunca vayan a una entrevista
sin leer sobre el trabajo 😬Luego me preguntaron por qué quería ser administrativa si había estudiado realización audiovisual. Creo que esa fue la primera vez que sentí la vergüenza que me da cuando me
preguntan mi profesión. Qué podía responder. ¿Que no sabía? ¿Que quería una
oportunidad para ahorrar dinero e irme del país o que me sentía incapaz de
realizar cine pero a la vez buscaba maneras de no dejarlo del todo? Encontré
palabras decentes y dije que no me sentiría “empleada administrativa” porque
estaba contribuyendo a la academia del cine. Los convencí y al mismo tiempo me convencí a mí
misma. Me sentí infinitamente agradecida por la oportunidad y
cada cierta cantidad de años intento hacérselos saber, aunque últimamente me he
olvidado. Este párrafo es mi forma de volver a hacerlo.
Logramos
mudarnos a Argentina, especialmente gracias al apoyo económico de la familia de
él. La idea era encontrar un país donde pudiéramos ser independientes y seguir
estudiando. Probablemente en Colombia el salario mínimo + la vida económica de
una pareja joven independiente + la idea dea hacer una maestría, no son muy compatibles. Decidí estudiar
guión, el único punto del cine que encajaba con el nuevo estilo de
vida que había comprado. En mi cerebro rígido una esposa no podía irse de
rodaje por varios meses pero si podría escribir desde casa mientras mantenía
todo listo para el servicio del esposo. -Nadie me incrustó ese pensamiento, yo
no soy una víctima. Creo que ningún adulto lo es. Somos un cúmulo de historias,
momentos y… procesos… tiempos.
Luchaba
estableciéndome rutinas que me motivaran a crear pero en el fondo todo el
tiempo sentía que estaba viviendo la vida de alguien más. Sólo que no sabía cuál
era mi vida, cuál era la vida que quería tener y de cualquier manera no servía
saberlo porque en ese momento pensaba que igual no iba a alcanzarla.
Intentos.
Miles.
Hasta
que “fracasé” otra vez. (Pero a partir de esto aprendí a poner las comillas
donde corresponden)
Me
separé oponiéndome al mandato de mi exreligión.
4
años de relación insana. Violencia en todos los aspectos y me cerebro alienado
tranzando con lo inaceptable.
Llevo
5 hojas de este texto escritas sin parar pero llego a este punto y se me atoran
las palabras. Tal vez antes habría simplemente parado aquí. Cerrar el archivo y
apagar el computador. No hacer este proyecto. Antes no sabía que la vida ¿es? ¿Un
proceso? Que el fracaso es un pensamiento y que todas, absolutamente todas las
cosas nos suman. Antes no podía convivir con la idea de lo incompleto. Ahora sé
que soy compleja y amo todas mis contradicciones. Todavía no sé del todo lo que
significa haber salido de una relación de violencia, pero tengo claro que no
soy la víctima de nadie, que no conviví con un tirano sino con otro ser humano
imperfecto como yo y que: Soy dueña de mi vida.
Hace
2 años trabajo en una empresa increíble haciendo marketing y comunicación. La Kata
de antes se sentiría avergonzada por no estar escribiendo exactamente el tipo
de contenidos que sueño con escribir. La Kata de ahora se siente COMPLETAMENTE agradecida.
Hacer este documental conjuga todos mis saberes. Nada me ha resultado tan útil y valioso para crear la forma de atraer miradas hacia este proyecto, como la experiencia acumulada en estos años en mi trabajo. Eso desde lo laboral, únicamente, sumado a que en la oficina encontré a mi familia elegida. No habría podido aprender todo lo que he aprendido, superar todo lo que he superado, sino tuviera el privilegio de conocer a varias de las personas maravillosas con las que convivo 8 horas diarias. Este párrafo es mi forma de decirles que estoy “de pie por amor”, por su amor.
Hacer este documental conjuga todos mis saberes. Nada me ha resultado tan útil y valioso para crear la forma de atraer miradas hacia este proyecto, como la experiencia acumulada en estos años en mi trabajo. Eso desde lo laboral, únicamente, sumado a que en la oficina encontré a mi familia elegida. No habría podido aprender todo lo que he aprendido, superar todo lo que he superado, sino tuviera el privilegio de conocer a varias de las personas maravillosas con las que convivo 8 horas diarias. Este párrafo es mi forma de decirles que estoy “de pie por amor”, por su amor.
Desde mi visión del mundo, la
suerte no existe, el pensamiento mágico religioso tampoco. La providencia si, cuando te comprometes con tu visión.
Me
encanta el mate. Odio el café pero decidí darle una oportunidad hace un par de
semanas. Estoy obsesionada con las historias.
A veces me aburren las ficciones, pero me encanta el documental como
herramienta de transformación social. Mis amigas saben que me hace feliz estar
en cualquier tipo de recinto que contenga humanos, aprovecho todos los momentos
para espiar o inventar las historias de los demás. Mis amigos realizadores
saben que compartimos la misma enfermedad, mientras algunos transitan la vida
relajados nosotros vivimos en una realidad paralela llena de relatos y atmósferas.
Necesito luz especial para escoger a qué restaurante entrar, a veces caigo en
la trampa de definir a las personas por los objetos con que adornan sus vidas,
sus escritorios, sus casas. Me encanta escuchar a otros conversar porque siento
que la elección de una palabra u otra deja ver su estructura de pensamiento. Me
obsesionan los idiomas porque son una representación de la cultura. Me gusta
viajar sólo para observar las diferencias, las similitudes. Ya no tengo que
obligarme a crear rutinas creativas para avanzar, estos días duermo por
obligación, me tropiezo más que de costumbre (siempre he sido torpe) porque
tengo el cerebro bombardeando ideas y ayer, cuando compré la agenda, me alegré
sabiendo que no fue un ritual (tengo una colección de agendas de años anteriores vacías).
En
las iglesias a las que fui vendían discursos sobre como inyectarle pasión a tu vida, sumado a la temática eterna del
camino del desierto en que el señor nos sostendrá. Antes me la pasaba tratando
de convencer a los demás para que creyeran eso mismo, los humanos del
camino eran elementos para convertir.
Que
agotador.
Ahora
me siento ligera. Los humanos del camino son personas, riquísimas, a las que
muero por escuchar sin corregir. Tal vez “la pasión” llega como resultado
del tiempo, de las preguntas que no tememos hacer-NOS y de la paciencia que
empezamos a cultivar-NOS.
La
verdad sigo sin saber qué estoy haciendo, pero creo que es importante.
Empecé
a escribir este texto porque hace unas horas leí las palabras de una chica
viajera. Iba en el colectivo y después de leer varias de las entradas de su
blog me puse a llorar y todavía no sé porqué.
Después
de leer sus letras sentí que tenía que seguir su fórmula pero, por suerte, me
asustó forzarme a vivir la vida de otro (otra vez).
La verdad tengo pavor. Me da miedo la técnica. A veces pienso que me va a quedar grande manejar la luz y que voy a hacer una película mal expuesta. Me sigue dando vergüenza quedarme por fuera de las conversaciones cuando la gente sabe más que yo.
La verdad tengo pavor. Me da miedo la técnica. A veces pienso que me va a quedar grande manejar la luz y que voy a hacer una película mal expuesta. Me sigue dando vergüenza quedarme por fuera de las conversaciones cuando la gente sabe más que yo.
Pero.
Ya
no temo preguntar.
Tal
vez en eso me parezco a Lina. “No quiero vivir llenando las expectativas de nadie”. Me
sigue dando miedo cuando pienso ¿quién va a ver mi película? ¿habrá llegado
alguien al final de este texto? ¿por qué es importante el arte? ¿puede cambiar nuestra mirada el cine?
Pero.
“Hagamos
cosas maravillosas que no le importen a nadie”.
Me
voy a Bolivia a hacer un documental.
Y tú puedes ayudarme. Entérate cómo aquí:
Y tú puedes ayudarme. Entérate cómo aquí:
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