miércoles, 18 de mayo de 2016

Secretos de Agosto del 2008



Cada vez que estoy con mi abuela, cada vez que estoy con un anciano, pero especialmente con ella…

Tiemblan mis huesos cuando pienso en los años acumulados, las memorias, la experiencia, los olores, los pesares, los anhelos cumplidos, las risas, las tristezas y los sueños no cumplidos. Con todo eso encima, siguen ahí, de pie, sin afán.
Se eriza mi piel cuando los veo desacelerar el ritmo, no porque el cuerpo los obligue sino porque saben con certeza que el tiempo lo cura todo, lo puede todo.
Tiemblan mis huesos cuando los veo firmes, sin resentimientos, cuando el sueño no alcanzado no rompió su corazón, cuando a pesar de las heridas, porque la vida es un paquete con heridas, deciden sonreír.

Cuando devolver amor es su elección.

Especialmente me hace temblar ella. Porque no hay ninguna marca en su alma que disminuya la fuerza de su amor, porque no importa si el día se nubla su sonrisa calma es todo lo que queda, porque no importan las arrugas, sus manos siguen acariciando con la misma delicadeza. No hay amor más firme, más fuerte, que el de mi abuela. Amor que entrelaza diferencias, por ella todos somos uno, por ella, vidas disparejas se aparejan.

Un hogar no es un lugar, es una persona. Mi hogar se llama Carmen Ariza de Rovira. No hay personaje en el mundo que me inspire más que tú, eres mi realismo mágico personalizado: en ti se esconden todos mis relatos.

El día en que te vayas la muerte no dará miedo.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Hoy en mis conversaciones con un ser desprovisto de razón: de la religión y otros placebos.


Estaba sentada en la plaza y pasa una señora argentina, cheta*, por supuesto, con su pequeña French Poodle. La perrita tiene puesta una correa rosada con puntitos violeta, el pelo cortado todo parejo excepto en las patas, donde el peluquero, cheto, por supuesto, “voló”, creó, así que esta perrita, cheta, por supuesto, viste pantalones Oxford*1 a la perfección (ella ni se entera, claro está, pero la dueña camina orgullosa). 
El caso, la perrita se me acerca y empieza a restregarme su pequeño cuerpo contra la ropa, negra, así que termino llena de pelitos crespos blancos en menos de 30 segundos. La mujer me mira con su mejor sonrisa mientras empieza una “hermosa” conversación con su ser desprovisto de razón:

-Vení Pancha que estás molestando a la señora-

(Décimo cinco mil punto negativo: ¡me dijo señora!).

-Vení Panchita, sin vergüenza que sos. Vení para acá. ¿Viste?, hace así todas las mañanas. Se acerca a la cama y empieza grrrr (tendrían que ver el performance de la mujer imitando el gruñido del ser peludo), grrr y grrr y no se calla hasta que le hago mimos. Sin vergüenza que sos, Pancha, vení.

Ya no sé si le habla a la perra o me habla a mi ¿o le habla a la perra de mi?*2

Le sonrío por cordialidad y, continuando con el protocolo, le hago mimos a la cosa peluda pero en realidad no paro de pensar a donde irá la inesperada conversación. Es que… ¿han visto que la gente aprovecha las salidas caninas para generar vínculos? Los irracionales se saludan, menean la cola, corto o largo el movimiento (dependiendo de que tanto consideró la raza que debía ser cortada), luego se huelen el ano. Si. El ano. Se huelen el ano. Después, o al mismo tiempo, se erizan y luego, dependiendo de las energías, empieza el juego o se pudre todo. Mientras tanto los dueños, dependiendo de las energías también, miran al piso y murmuran cosas sueltas como: “buenos días”, “qué juguetones que son”, “se la lleva bien con todos los perros”, “vamos apurados”, “a veces se pelean, ¿viste?, y la mejor de todas: “¡y bueee…!”*3.
En otras ocasiones, cuando los actores son menos tímidos, la olida de anos puede derivar en interesantes conversaciones y hasta en futuras citas con diálogos como: “¿vos venís todos los días a esta hora?”, “es que le cuesta relacionarse, así que está bueno encontrar otros “bichis” (porque es cheta, por supuesto), con quienes se la lleve lindo”.

Me fui (porque me tengo que ir: es un monólogo). Tengo que tocar varios temas volviendo siempre al asunto central… como la mente humana (que se note que estoy pensando. Guiño, guiño).

La mujer me mira y dice:

-Es que los animalitos son la mejor ocurrencia de Dios. A mi Panchita me salvó.

Y justo cuando logro interesarme en sus ideas, aparece detrás de nosotras una mujer más vieja caminando con su perro tuerto al ritmo parsimonioso de un bastón.

-¡Elvirita!
-¿Qué hacés, querida?

Se van las chetas y yo me quedo pensando en Dios… o en todas las extrañas personas que le atribuyen propiedades curativas a seres irracionales, algunos hasta a elementos inanimados. Me quedo pensando en todos los seres solitarios que inundan las calles generando ternura a punta de sus conversaciones sin sentido con animales que los miran sin entender nada. En todos los fragmentos de imágenes que tengo de humanos hablándoles a sus perros al tiempo que ellos, como si nada, les dan la espalda y mean el poste.

Me quedo pensando en toda la energía que gastamos atribuyéndole significación a rituales, a categorizaciones que homogenizan y nos quitan el sello, el brillo. Me quedo pensando en lo absurdo de las etiquetas, de los códigos, de la asistencia observada como un patrón único, suelto. Me quedo pensando en la pregunta que me hicieron hace tres días: “¿cuántas veces a la semana vas a la iglesia?”. La categorización. El color gris de la religión. Como si el número de reuniones a las que asistes determinara un nivel de buena conducta, como si la estadía en un asiento y la pantalla de escuchar un sermón, significara una conciencia profunda. Como si el estado del ser pudiera medirse con patrones estadísticos aislados.

Como si todas las canciones que dicen “Dios” fueran espirituales*4

Odio las respuestas correctas, la asertividad hipócrita, la manipulación que se esconde debajo. La risa fingida. Como cuando se ríen del "chiste” de tres empanadas, no hay nada chistoso en la profundidad de la comedia negra, odio la combinación de palmitos y salsa golf, aprenderme los nombres de los actores de la farándula argentina para poder encajar en las conversaciones. Los chistes repetidos, ¡si!, como me saca de quicio el chiste de “te agarraron a tiros” cuando me pongo una camisa con rotos.

Odio este millón de cosas que superficialmente parecen correctas, que parecen gustarle a todos menos a mi. Y con más fuerza odio la religión. Pero no con ese odio resentido que se queda cruzado de brazos mientras se sienta a criticar, sino con la fuerza que me motiva a decir: Yo creo en Dios. Absolutamente creo en Dios. Y Dios no se parece en NADA a la pantalla que nos venden, a los requisitos que nos quieren hacer cumplir.

También creo en la mística inmaterial que hay detrás del contacto con los animales. Era mentira y me da risa, porque yo soy miembro perfecto de ese grupo de enfermos que aman a los animales y se la pasan todo el día hablándoles como si entendieran. ¡¡¡Las veces que Simón se pone a mear postes mientras yo reflexiono!!!



*cheta: gomela (en colombiano)
*1. Pantalón Bota campana (en colombiano)
*2. Esto es un chiste.
*3. Léase en argentino
*4 Para ti, Lisseta.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Autotexto

La primera vez que la vi pensé que tenía los ojos cerrados. Permanecía inmóvil con las piernas cruzadas y “El amor en los tiempos del cólera” sobre ellas. Tan
grandes eran sus pestañas y párpados, que pensé que estaba dormida. Luego levantó la vista, me vio y supe que esa mirada iba a contarme mucho más que su boca al hablar.
Le pregunté por el libro y me dijo que era de esos tan
bellos que nunca había terminado, como si al no leerlo
pudiera detener el final, no del relato, sino del libro.
Supe que amaba las letras, las palabras escritas en si
mismas; después descubrí que en realidad lo que amaba era
el significado de “en si mismo”. Los textos, las
imágenes, los planos, diciendo en su forma, lo que
quieren decir, lo que necesitan decir. Tal vez por eso
sus ojos, al cerrarse y abrirse, al brillar con el sol,
ya lo expresaban todo.
Lo siguiente que dijo fue lo difícil pero apasionante que
era escoger las palabras, lograr que una detrás de la

otra signifiquen mucho más que el conjunto completo, por
eso tenía que irse. Por eso dejé de verla, subió al tren
como lo hace ahora todas las tardes, subió buscando
completar la forma de su necesidad de expresar, todo
aquello que al mirar sus ojos queda claro pero al leer

sus letras sigue difuso.