Cada vez que estoy con mi abuela, cada vez que estoy con un
anciano, pero especialmente con ella…
Tiemblan mis huesos cuando pienso en los años acumulados, las
memorias, la experiencia, los olores, los pesares, los anhelos cumplidos, las risas, las tristezas y los sueños no cumplidos. Con todo
eso encima, siguen ahí, de pie, sin afán.
Se eriza mi piel cuando los veo desacelerar el ritmo, no porque
el cuerpo los obligue sino porque saben con certeza que el tiempo lo cura todo,
lo puede todo.
Tiemblan mis huesos cuando los veo firmes, sin resentimientos,
cuando el sueño no alcanzado no rompió su corazón, cuando a pesar de las
heridas, porque la vida es un paquete con heridas, deciden sonreír.
Cuando devolver amor es su elección.
Especialmente me hace temblar ella. Porque no hay ninguna marca
en su alma que disminuya la fuerza de su amor, porque no importa si el día se
nubla su sonrisa calma es todo lo que queda, porque no importan las arrugas,
sus manos siguen acariciando con la misma delicadeza. No hay amor más firme,
más fuerte, que el de mi abuela. Amor que entrelaza diferencias, por ella todos
somos uno, por ella, vidas disparejas se aparejan.
Un hogar no es un lugar, es una persona. Mi hogar se llama
Carmen Ariza de Rovira. No hay personaje
en el mundo que me inspire más que tú, eres mi realismo mágico personalizado: en ti se esconden todos mis relatos.
El día en que te vayas la muerte no dará miedo.
Ese amor es incondicional... no distingue tiempos, no sabe de límites y siempre florece...
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