Estaba sentada en la plaza y pasa una señora argentina, cheta*,
por supuesto, con su pequeña French Poodle. La perrita tiene puesta una correa
rosada con puntitos violeta, el pelo cortado todo parejo excepto en las patas,
donde el peluquero, cheto, por supuesto, “voló”, creó, así que esta perrita,
cheta, por supuesto, viste pantalones Oxford*1 a la perfección (ella
ni se entera, claro está, pero la dueña camina orgullosa).
El caso, la perrita
se me acerca y empieza a restregarme su pequeño cuerpo contra la ropa, negra,
así que termino llena de pelitos crespos blancos en menos de 30 segundos. La
mujer me mira con su mejor sonrisa mientras empieza una “hermosa” conversación
con su ser desprovisto de razón:
-Vení Pancha que estás molestando a
la señora-
(Décimo cinco mil punto negativo: ¡me dijo señora!).
-Vení Panchita, sin vergüenza que
sos. Vení para acá. ¿Viste?, hace así todas las mañanas. Se acerca a la cama
y empieza grrrr (tendrían que ver
el performance de la mujer imitando el gruñido del ser peludo), grrr y grrr y no se calla hasta que le hago
mimos. Sin vergüenza que sos, Pancha, vení.
Ya no sé si le habla a la perra o me habla a mi ¿o le habla a la
perra de mi?*2
Le sonrío por cordialidad y, continuando con el protocolo, le
hago mimos a la cosa peluda pero en realidad no paro de pensar a donde irá la
inesperada conversación. Es que… ¿han visto que la gente aprovecha las salidas
caninas para generar vínculos? Los irracionales se saludan, menean la cola,
corto o largo el movimiento (dependiendo de que tanto consideró la raza que
debía ser cortada), luego se huelen el ano. Si. El ano. Se huelen el ano.
Después, o al mismo tiempo, se erizan y luego, dependiendo de las energías,
empieza el juego o se pudre todo. Mientras tanto los dueños, dependiendo de las
energías también, miran al piso y murmuran cosas sueltas como: “buenos días”,
“qué juguetones que son”, “se la lleva bien con todos los perros”, “vamos apurados”,
“a veces se pelean, ¿viste?, y la mejor de todas: “¡y bueee…!”*3.
En otras ocasiones, cuando los actores son menos tímidos, la
olida de anos puede derivar en interesantes conversaciones y hasta en futuras
citas con diálogos como: “¿vos venís todos los días a esta hora?”, “es que le
cuesta relacionarse, así que está bueno encontrar otros “bichis” (porque es
cheta, por supuesto), con quienes se la lleve lindo”.
Me fui (porque me tengo que ir: es un monólogo). Tengo que tocar
varios temas volviendo siempre al asunto central… como la mente humana (que se
note que estoy pensando. Guiño, guiño).
La mujer me mira y dice:
-Es que los animalitos son la mejor
ocurrencia de Dios. A mi Panchita me salvó.
Y justo cuando logro interesarme en sus ideas, aparece detrás de
nosotras una mujer más vieja caminando con su perro tuerto al ritmo
parsimonioso de un bastón.
-¡Elvirita!
-¿Qué hacés, querida?
Se van las chetas y yo me quedo pensando en Dios… o en todas las
extrañas personas que le atribuyen propiedades curativas a seres irracionales,
algunos hasta a elementos inanimados. Me quedo pensando en todos los seres solitarios que inundan
las calles generando ternura a punta de sus conversaciones sin sentido con
animales que los miran sin entender nada. En todos los fragmentos de imágenes
que tengo de humanos hablándoles a sus perros al tiempo que ellos, como si
nada, les dan la espalda y mean el poste.
Me quedo pensando en toda la energía que gastamos atribuyéndole
significación a rituales, a categorizaciones que homogenizan y nos quitan el
sello, el brillo. Me quedo pensando en lo absurdo de las etiquetas, de los
códigos, de la asistencia observada como un patrón único, suelto. Me quedo
pensando en la pregunta que me hicieron hace tres días: “¿cuántas veces a la
semana vas a la iglesia?”. La categorización. El color gris de la religión. Como
si el número de reuniones a las que asistes determinara un nivel de buena
conducta, como si la estadía en un asiento y la pantalla de escuchar un sermón, significara
una conciencia profunda. Como si el estado del ser pudiera medirse con patrones
estadísticos aislados.
Como si todas las canciones que dicen “Dios” fueran
espirituales*4
Odio las respuestas correctas, la asertividad hipócrita, la
manipulación que se esconde debajo. La risa fingida. Como cuando se ríen del "chiste”
de tres empanadas, no hay nada chistoso en la profundidad de la comedia negra,
odio la combinación de palmitos y salsa golf, aprenderme los nombres de los actores
de la farándula argentina para poder encajar en las conversaciones. Los chistes
repetidos, ¡si!, como me saca de quicio el chiste de “te agarraron a tiros”
cuando me pongo una camisa con rotos.
Odio este millón de cosas que superficialmente parecen
correctas, que parecen gustarle a todos menos a mi. Y con más fuerza odio la
religión. Pero no con ese odio resentido que se queda cruzado de brazos mientras
se sienta a criticar, sino con la fuerza que me motiva a decir: Yo creo en
Dios. Absolutamente creo en Dios. Y Dios no se parece en NADA a la pantalla que
nos venden, a los requisitos que nos quieren hacer cumplir.
También creo en la mística inmaterial que hay detrás del
contacto con los animales. Era mentira y me da risa, porque yo soy miembro
perfecto de ese grupo de enfermos que aman a los animales y se la pasan todo el
día hablándoles como si entendieran. ¡¡¡Las veces que Simón se pone a mear
postes mientras yo reflexiono!!!
*cheta: gomela
(en colombiano)
*1.
Pantalón Bota campana (en colombiano)
*2. Esto
es un chiste.
*3. Léase
en argentino
*4 Para
ti, Lisseta.